SAFO

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viernes, 21 de octubre de 2011

La Impunidad de los Dichosos

Adrián y Valentina Feliche, son una feliz parejita de recién casados que hace poco se mudaron a las colinas de San Ignacio. Ellos se quieren con pasión y lo demuestran en cada momento, en cada instante su mirada se refleja en la del otro mas cristalinamente que el mas limpio de los espejos un día de verano. Su vida trascurre tranquila en su casita, por la mañana los dos se van a sus trabajos en el centro del pueblo. El es cajero del banco nacional de ahorro, ella es abogada del jefe municipal y tiene su oficina a dos cuadras del banco. Nada en su vida inmuta su amor y es por eso que se mudaron a ese pueblito, para alejarse de la gente de las grandes ciudades y estar más juntos sin importar el futuro monetario, ya que planean en uno o dos años tener descendencia.
Pero algo se entromete en su prefecta vida, algo siniestro, algo repulsivo, algo desagradable: una carta.
La carta les llegó un día de semana por la tarde, pero ellos, que después del trabajo habían salido a tomar un helado, la leyeron por la noche. Después de leerla quedaron atónitos, asustados, estupefactos por el contenido de la carta. Inmediatamente llamaron a la policía del pueblo.
Los oficiales llegaron una media hora mas tarde aduciendo que mucha mas gente también había recibido otras carta. Los policías examinaron la carta y dijeron que eran del mismo sujeto que las otras. Valentina pregunto de quien provenían, a lo que el oficial dudando afirmó que eran del viejo Omar, un ermitaño loco que vivía colinas arriba.
Este viejo era un tipo desagradable, sucio, abandonado, su casa tenia una cerca vieja y despintada, sus perros merodeaban por ahí sin sentido. Nadie conocía su historia, pero a nadie le importaba, hace mucho que el pueblo quería deshacerse del viejo y esta era su oportunidad.
Un rato mas tarde los policías se reunieron en la plaza junto a la gente que había recibido las cartas, juntos decidieron ir todos como una turba a la casa del viejo a demandar que no mande mas cartas: pero Adrián y Valentina fueron mas allá, les pidieron que les exijan al viejo que se vaya y que busque otro pueblo, ya que aquí no podrían tener a su hijo mientras ese miserable no este lejos.
La gente asintió y todos juntos, con las cartas recibidas en la mano, fueron caminando colinas arriba hacia la casa del viejo.
La gente llego al exterior de esa casa erosionada por el paso del tiempo. Todos comenzaron a gritar para que el viejo Omar salga. El jefe de policía hizo que la gente se calle para comenzar a hablar el, y con solo su voz surcando la calle, le ordeno a Omar que salga y que se declare culpable por las cartas y que su condena sea el exilio del pueblo. Grito una y otra vez, pero nadie salía de la casa.
Pasado unos minutos la gente se miraba esperando ansiosa que termine esta pesadilla para irse a su casa a seguir viviendo su vida feliz. En eso Valentina Feliche miró al jefe y le exigió que entre en la casa, que ellos (en referencia al pueblo) le pagaban un buen sueldo.
El jefe puso mala cara, pero abrió el baúl del patrullero y tomó su escopeta, luego miró hacia delante, pateo la puerta que ya de por si estaba abierta y entró en la casa del viejo.
El viejo, sin darse cuenta que pasaba, escribía mas cartas sobre su escritorio de madera tan vetusto como el. El jefe se le acerco y lo amenazó, le dijo que tenía que dejar de mandarle a la gente esas cartas desagradables. Pero el viejo seguía escribiendo otra carta tan lentamente como el movimiento de las agujas del reloj se mueven esperando algo que nunca va a suceder. El jefe insistió varias veces y luego se cansó y apuntó su escopeta contra el viejo, pero este seguí escribiendo la carta.
Justo en ese momento Valentina y Adrián pasaban asustados por el portón frontal de la casa del viejo accediendo a donde estaba el jefe apuntando su escopeta a la cabeza del solitario hombre. Ella miro la situación y una gota de sudor paso por su cabeza al desear que el jefe le disparara al viejo. Pero luego pensó en su hijo, en su amor por su marido, en su futuro y mas allá de todo eso, le dijo al jefe que lo mate. Valentina se dio vuelta mientras el jefe le disparaba al viejo.
Adrián sin importarle lo sucedido salió de la casa y les dijo al pueblo que el asunto estaba terminado, que ya nadie iba a recibir esas obscenas cartas que mandaba el viejo. La gente levanto sus manos con algarabía y festejando volvieron a la plaza del pueblo.
Valentina salio junto al jefe y le dijo a este que se ocupe de quemar la casa y que mas adelante hablaría con el alcalde (su jefe) para construir sobre los escombros un jardín para los chicos.
El jefe asentó y Valentina sonrió, luego se acerco a Adrián, tomo su mano y juntos se fueron caminando con la misma paz con la que juntos se dormían día tras día.
El jefe juntó a sus hombre, todos entraron a la casa donde yacía el cuerpo del viejo y  llenaron la casa de combustible. Pero se olvidaron de una parte, una pared en la que se veían unas cuantas cartas colgadas en las cuales extrañamente se podía leer lo mismo.
Unos minutos mas tarde la casa ardía en llamas, los hombres miraban entretenidos el fuego de la casa ardiente, como un espectáculo de luces, como si fueran niños.
La casa se derruía, pero un viento fugaz hizo desprender una de las cartas del viejo Omar. Esta se fue de la casa y floto en el aire unos cincuenta metros, allí frente a la mirada de nadie, cayó sobre el asfalto y se poso sobre el camino dejándose leer por última vez.

La carta solo decía: “Hola”

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